Para los que amamos esta ciudad hay sitios en ella que nos son tan entrañables que terminan perdonándonos cualquier infidelidad. Porque el Malecón Habanero, por ejemplo, en la nocturnidad del verano abriga con los alisios, esa suave brisa que viene del mar, como diría para la eternidad Tito Gómez; y también es cierto que en tiempo de frentes fríos o tormentas, te defiende de la mar embravecida. Y todo esto para que después usted lo abandone por otro lugar de la ciudad, a la menor posibilidad...
Y así ha sido desde que se colocó la primera piedra a principios del siglo XX, cuando el malecón solo incluía el tramo que va desde Prado hasta la calle Crespo, con árboles y luminarias. Pero lo cierto es que la naturaleza terminó por imponer su propio proyecto: un largo muro desnudo, de concreto “pelado”, custodiando una ancha avenida y asediado por los embates de la corriente del Golfo.
Por cierto, ¿sabe usted cuál fue el primer nombre del Malecón?. Sencillamente así: Avenida del Golfo. La Historia del Malecón comenzó en 1819 cuando se puso en práctica el llamado “ensanche de extramuros”, pues la ciudad estaba creciendo y el espacio costero que iba desde la entrada de la bahía hasta el Torreón de San Lázaro, era solo un espacio abierto de roca y mar, hermoso pero sin otra señal que lo inhóspito del lugar, a donde iban algunas familias a tomar baños de mar.
Desde la zona del litoral habanero donde hoy está el parque Maceo y hasta el Río Almendares lo que existía entonces era una costa de agudos arrecifes y un monte firme e impenetrable, que las autoridades españolas consideraron siempre como una muralla natural ante ataques y lo llamaban “Monte Vedado”.
Así estuvo muchísimos años, pero en 1859 por todo San Lázaro comenzó a circular el ferrocarril urbano que iba desde las cercanías del puerto hasta la propia desembocadura del Almendares. En esa época aparecieron los barrios El Carmelo y Vedado.
Se pensó entonces en el inhóspito litoral habanero y encargaron el proyecto a Don Francisco de Albear, el más grande ingeniero cubano de la época. Albear concibió una formulación compleja y acertada de lo que debía ser la obra, más allá de un simple paseo.
Según consta en documentos históricos, la ancha avenida debía construirse a cuatro metros sobre el nivel del mar, separado de la orilla, y en su parte inferior una larga sucesión de 250 bóvedas, para dar cauce a otras necesidades de la ciudad, porque la galería resultante podía servir como línea de ferrocarril y almacén, pensando en el activo puerto habanero, o como línea defensiva militar.
Todo el proyecto costaría 850 mil pesos de la época, pero el gobierno español no se animó a soltar prenda a la administración municipal habanera y la propuesta de Albear durmió un largo sueño...
Durante la primera intervención norteamericana se retomaron algunos proyectos y el primer tramo concluido, desde Prado hasta Crespo, resultó la arrancada de una larga y lenta carrera en pos de lograr el Malecón que hoy conocemos. En 1901 se comenzaron las tímidas obras del Malecón luego de dictarse algunas disposiciones que incluían precios de los terrenos, títulos de propiedades, derechos a confiscaciones y otras regulaciones por el estilo.
Durante las ínfulas monumentales de Gerardo Machado el Malecón tomó impulso bajo la dirección del destacado urbanista Jean Forestier, famoso por sus intervenciones en Sevilla y París, quien había venido a Cuba a establecer un Plan Director de la ciudad.
Maravillado por la zona costera capitalina, Fosrestier tomó el Malecón como aspecto preferente de sus proyectos. Para llegar a sus siete kilómetro actuales el Malecón Habanero pasó por varias etapas de avances y retrocesos, de gobiernos de turno, cambios, supresiones y transformaciones de proyectos, hasta el último tramo realizado entre 1950 y 1958.
Después del primer trecho, para el que se demolieron algunas instalaciones públicas como los balnearios: Las Delicias, Romanguera y San Rafael, siguió la construcción en 1921 hasta la entrada del Vedado, donde hoy se alza el monumento al Maine.
A mediados de la década del 30 se llevó hasta la calle G, y en el mandato de Carlos Prío (1948-1952) llega el Malecón hasta la desembocadura del Almendares.
Todas y cada una de estas prolongaciones llevaban implícito cambios en los fabulosos proyectos, los cuales finalmente terminaban en ese muro pelado, largo y amado de los que vivimos en esta ciudad, y que un chistoso definió una vez como “el banco más largo del mundo”.