El 2 de febrero de 1806, se inaugura el primer cementerio de La Habana.
Durante varios siglos fueron los templos los sitios destinados para las sepulturas. Desde los más rimbombantes aristócratas hasta los más infortunados fieles alcanzaban descanso final en entornos eclesiásticos. Aunque exclusiva, esta última morada dispuso de niveles para la colocación de los cadáveres de acuerdo a la posición social que estos hubieran alcanzado en vida. La fetidez de los cadáveres conspiraba contra la salud pública y el buen desarrollo del culto religioso, inconveniencias que se resolvieron con el otorgamiento en el siglo XVIII de la real cédula que abolía tales enterramientos.
En Cuba esta costumbre llegó a su fin durante el gobierno de Don Salvador De Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, quien determinó la creación de cementerios fuera de las iglesias. La primera de esas construcciones fue el Cementerio General de La Habana, cuyos límites abarcaban las actuales calles San Lázaro, Vapor, Espada y Aramburu. Conocido posteriormente como Cementerio de Espada, este lugar tributaba la labor desempeñada por el Obispo de Espada y Landa en la terminación de este proyecto. El obispo costeó con su peculio todos los gastos de las obras y ayudó a comprar tres negros e igual número de carretones y mulas para conducir los cadáveres al Cementerio. Las obras de construcción comenzaron en 1804, bajo la dirección del arquitecto Aulet y casi todas las pinturas que lo ornaban fueron realizadas por el pintor veneciano José Perovani. La inauguración del Cementerio de Espada se efectuó con especial solemnidad el 2 de febrero de 1806. La procesión inicial condujo al Cementerio General de La Habana los restos del ex Capitán General de la Isla, Don Diego Manrique, exhumado de la iglesia de San Francisco, y los de Obispo de Milaza, José González Cándamo, gobernador de la mitra de La Habana, exhumados de la Catedral. La capilla de la Casa de Beneficencia (ubicación actual del Hospital Hermanos Ameijeiras) fue el punto de partida de la lúgubre caravana que depositó en el nuevo cementerio los cuerpos en dos cajas de terciopelo negro galardonadas en oro. Al día siguiente tuvieron lugar las primeras inhumaciones en el cementerio de Espada, pertenecientes al párvulo blanco José Flores y la morena Petrona Alvarado.