El año 1748 es la fecha de entrada del café a la mayor de Las Antillas, de la mano de comerciantes procedentes de Santo Domingo, aunque sólo 50 años después comenzó a explotarse a escala comercial cuando arribaron al país los colonos franceses que huían de la revolución en Haití.
En 1827 el país ya disponía de más de dos mil cafetales, de los cuales llegaron hasta nuestros días numerosas ruinas -como la del famoso Angerona-, muchas de ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La tradición se mantiene en la actualidad, con plantaciones localizadas casi siempre en zonas montañosas, donde las particularidades del clima permiten la obtención de un producto de calidad única.
En la isla la especie más cultivada es la Arábiga, con cerca de 12 variedades, las cuales se comercializan en el mercado interno y externo bajo las marcas Cubita, Turquino, Cristal Mountain, Serrano y Caracolillo, entre otras, caracterizadas por un aroma y sabor imposible de repetir.
Con ese entorno, el café conforma junto al ron cubano y el inigualable habano una trilogía a la cual es difícil resistirse, en especial cuando se trata de vacacionistas que acuden a la isla en busca de descanso.
Por eso, el ofrecimiento de una humeante taza de aromático café acompaña prácticamente todas las actividades en el país y la disfrutan tanto los cubanos como los turistas que apuestan por los atractivos de la nación caribeña.